Lucas, Teofilo soy yo
¿Ilustre Teófilo?
¿Quién es ese?
Que detalle tan interesante. Jamás en mis entradas a la Iglesia, recuerdo haber escuchado al tal Teófilo. Así que tenemos a un Teófilo y no a cualquier Teófilo, sino a uno que es ilustre. Aquí el autor nos confiesa, que lo que se va a decir tiene un público específico. Es como escuchar ópera. Eso no es para todos. Es música, pero yo no espero que alguien me invite a escuchar música, y resulte yo escuchando cantar a una mujer gorda con un casco de vikingo, y hombres grandes con voz delgadita que se mueren de amor por ella. O eso quiere uno creer, porque además van a cantar en un idioma que sólo ellos entienden. O tal vez ni entre ellos. El punto aquí es que admito no ser amante de la ópera, pero aparte de declararme ignorante, declaro también que todas las cosas tienen su público específico y Lucas también lo sabe y lo dice abiertamente, estos escritos son para gente ilustre como Teófilo.
Lucas toma la historia que ya todos han escrito pero la eleva de categoría. Aunque advierte inconscientemente que no le cambiará nada, si dice claramente que es para otro tipo de personas. Es para personas ilustres.
Pero… ¿Qué tal si alguien me invita a la ópera y yo me comporto como si entendiera todo? Incluso lloro cuando Ofelia entre llantos y cuernos empieza a gritar en un idioma incomprensible:
Non piu avrai questi bei penacchini,
Quel cappello leggiero e galante,
Quella chioma, quell'aria brillante,
¡Quel vermiglio donnesco color!
¡Quel vermiglio donnesco color!
Va a parecer que entiendo la letra, que soy sensible a la música, y sobre todo que soy lo que el dueño del teatro esperaba cuando decía en sus avisos que: “Sólo para conocedores de buena música”.
Lucas al incluir la palabra ilustre en su versículo, no sólo eleva la narrativa, también eleva al lector, lo convierte en ilustre, y el lector, en su afán de no ser detectado, actúa como ilustre.