Lucas, Teofilo soy yo

German Muñoz

Jesús aquí está sembrando. Es posible que entre a la casa de un enemigo, pero pudiera salir de la casa de un amigo. 

Igual sucedió en el desierto. El diablo se apareció al ver la oportunidad de un hombre que se cree seguidor de su padre, pero ante el hambre o la necesidad de demostrar su poder o sólo porque por un momento olvida el objetivo, pudiera ser tentado y sin que se dé cuenta, convertirse en un seguidor de él, del diablo. Pero Jesús no sólo se mantiene fuerte en su fe y su mensaje, sino que aprovecha la ocasión, que el diablo le presenta para tentarlo a él y mostrarle el reino de su padre. 

Y es que aquí ocurre de nuevo una situación interesante: cuando el diablo golpea a tu puerta, tú quedas expuesto, pero el diablo también se expone. Es una situación curiosa que si la aprendemos de memoria, la podemos utilizar a nuestro favor. Es igual que un equipo de fútbol, en cuanto sus jugadores emprenden el ataque, es cuando más débil se pone su defensa, y cuanto más se defienden, menos posibilidades tendrán de atacar. Porque los recursos son limitados. Si pones acá, le quitas allá. Entonces imaginémonos que nuestro encuentro con el diablo es un partido de fútbol. Somos once contra once. De pronto sentimos que el diablo al tener el balón nos rodea con su ataque. El ataque es tan poderoso que pareciera que tiene más de once jugadores atacándonos. Por donde miremos tiene delanteros. Nosotros nos echamos hacia atrás, tratando de proteger nuestro arco. No nos deja ver el balón. Corremos alborotados y hasta nuestros jugadores empiezan a pelear entre ellos culpándose del ataque. Nosotros mismos presentimos que estamos al borde de un gol que no podemos evitar. Incluso cuando podemos recuperar la bola, son tantos los atacantes que nos la vuelven a quitar. ¿Qué hacemos? 

Creer. Eso es lo que tenemos que hacer. 

Creer que cada equipo tiene once jugadores y que si pareciera que todos están atacándonos… ¿Quién los defiende a ellos?

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