Lucas, Teofilo soy yo

German Muñoz

24 y para ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o dos pichones*, conforme a lo que se dice en la Ley del Señor. 

Parece que uno va al templo y lleva dos palomas y las ofrece. Desde luego el niño debería ir también al templo para su consagración. 

25 Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón. Era un hombre justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel; y estaba el Espíritu Santo en él. 

Ya vimos que viene una anécdota. Simeón está en Jerusalén en el mismo momento que Jesús es presentado. Y Simeón era un creyente. Veamos que ocurre. 

26 El Espíritu Santo le había revelado que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor. 

¿Cómo sabe esto Lucas? 

No importa. Lo que cuenta es que lo sabe. En otras palabras, en cuanto Simeón vea al Cristo, sus minutos están contados. 

27 Movido por el Espíritu, vino al Templo; y cuando los padres introdujeron al niño Jesús, para cumplir lo que la Ley prescribía sobre él, 28 le tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: Cántico de Simeón. 29 «Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz; 30 porque han visto mis ojos tu salvación, 31 la que has preparado a la vista de todos los pueblos, 32 luz para iluminar a las gentes y gloria de tu pueblo Israel.» 

La verdad, yo tampoco sabía que Simeón tenía su propio canto. Lucas nos trajo primero el cántico de María, luego el de Zacarías y ahora Simeón entra en escena con esta hermosa canción cuya melodía se ha perdido para siempre. Gracias a Lucas por preservarnos la letra que no nos dice nada. O al menos yo no veo nada. 

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